sábado, 7 de julio de 2012

EPITAFIO PARA UN AMOR (cuento coral)


EPITAFIO PARA UN AMOR

Inicio propuesto (LR):
Si el doctor no le hubiera citado para las ocho de la noche, su vida habría continuado con la misma dulce monotonía. Pero esa tarde rompió la rutina de sus horarios y en vez de regresar a casa directamente desde la oficina se desvió hacia el Centro, donde había quedado con su viejo amigo y médico de hace más de veinte años.
Subió por avenida superando los obstáculos de la circulación en hora punta y los semáforos en rojos. Los coches intentaban rebasarse y algunos parecían participar del juego zigzagueante, como si compitieran lentamente para llegar a una meta invisible.
Al fin alcanzó la intercepción con la calle del hospital y, dejando atrás el bullicio de los autos y de la gente que se apiñaba en pasos de peatones y aceras, pudo introducirse en el silencio del parquin subterráneo, bajo la mole de hormigón del Hospital Nacional.
¿Qué querría contarle con tanta premura su amigo? ¿Por qué no había accedido a esperar al sábado, como le propuso? Incluso lo invitó a comer en su casa, pero no, tenían que verse en privado, ¡y ya!
Parece que el asunto es tan importante que no puede aguantar ni siquiera al fin de semana. “Mario, tienes que venir hoy mismo. ¿Podrás estar en mi consulta a las 8?” Respondió que sí, aunque le molestaba tanto misterio y la urgencia con que le requería. En fin, pronto descubriría el por qué de tanto misterio.
Cerraba el coche cuando lo empujaron contra el capó y escuchó:
—¡No me mires a la cara o te mato aquí mismo!

II—Mayte:
Su pensamiento quedó congelado intentando interpretar la situación. “¿Que demonios pasaba?”, se preguntó de repente, pero no hubo más razonamiento, solo un dolor intenso en la cabeza que lo dejó inconsciente.
Una sombra indefinida  apareció ante su rostro, mientras se esforzaba en dar nitidez a la visión. Un individuo joven, de aspecto agradable,  parecía querer despertarlo de su obligado letargo.
—Amigo, ¿se encuentra bien? —preguntó varias veces.
Le costó balbucear alguna palabra, su coordinación entre el cerebro y la voz parecía tener dificultades, sin embargo, consiguió mover sus músculos y percibió que físicamente estaba bien. Intentó sentarse y recordar qué había pasado, mientras el joven parecía hacer una llamada con el móvil a la par que lo observaba.
—Creo que sí —contestó aún abrumado.
—Por un momento pensé que se había ahogado —añadió el joven, colgando el móvil.
—¿Ahogado? —respondió, mientras comprobaba que todo su cuerpo estaba empapado. ¡Dios! ¿Dónde estoy?
—¿Ha tomado algo? ¿Quiere que llame de nuevo al SAMUR?
—Solo quiero saber dónde demonios estoy... No, no recuerdo nada.
—Evidentemente está usted en un acantilado en Formentera, cosa que supongo sabrá.
—No, no lo sé.
—Por lo menos sabrá su nombre.
—Claro, me llamo Ernesto  Santana, ¿y usted?
—Augusto.
—Gracias por su ayuda, Augusto. Pero... me temo que le tengo que pedir que haga algo más por mí. No sé cómo he llegado hasta aquí. Me imagino que no me creerá pero yo nunca he estado en Formentera.
—Mire, yo no quiero problemas, si no se encuentra bien, le dejo en el hospital más cercano y allí lo atenderán. 
—Espere, espere, imagino que todo esto es muy extraño para usted, pero imagínese si usted esta mañana hubiera amanecido en Segovia y ahora le dicen que se encuentra en Formentera. Deme unos segundos para pensar..., solo unos segundos y quizás consiga que el maldito dolor de cabeza me deje entender qué es lo que sucede.
—Está bien. Dice que es de Segovia y, ¿no viajaba en ningún barco en las últimas horas? Pudo haberse caído y no recuerda nada por el golpe que parece haber sufrido.
—Mire, yo no suelo ir en barco porque  vivo en una ciudad sin mar y desde luego...espere, espere...  empiezo a recordar, había quedado con un amigo, ¡eso es! Un último favor, se lo prometo. Acérqueme a la comisaría más cercana. Necesito que alguien me dé explicaciones de lo que está sucediendo.
—Está bien. Agárrese de mí y le ayudo a subir por el acantilado. Tengo el coche arriba. Lo aparqué en el borde de la carretera cuando lo vi tendido al lado de la roca.
—No logro entender nada, seguramente pensará que he tomado algo, pero le juro que no ha sido así.
—Supongo que cuando le pase la conmoción que parece tener, empezará a encontrar respuestas. No se preocupe.
Los dos se dirigieron a la comisaría más cercana y allí el joven se despidió de él desde el coche.
—Buena suerte, amigo.
Todavía dolorido, el hombre le sonrió y levantó la mano para despedirlo mientras veía cómo se alejaba. Entró en la comisaría absolutamente empapado y ante la mirada asombrada de varios agentes.
—Disculpe —se dirigió a él un policía—, ¿puedo ayudarle?
—En realidad, no lo sé —apuntó el hombre—, me encuentro en una situación bastante confusa.
——¿Cómo se llama, señor?
—Ernesto, me llamo Ernesto Santana y…
—Su DNI, por favor.
—Sí, claro, aquí lo tiene, agente.
—Disculpe, ¿cómo me ha dicho que se llamaba?
—Ernesto Santana y…
—Perdone que lo interrumpa, aquí pone  Salvador Pacheco.
—¿Cómo? Pero esa es mi cara. Disculpe, me está pasando algo muy extraño.
El hombre se apresuró a mirar en el interior de la cartera de nuevo, comprobando que efectivamente en toda su documentación aparecía el nombre de Salvador Pacheco. La desesperación empezaba a manifestarse en su rostro, que intentaba entender los acontecimientos tan extraños que le estaban sucediendo.
—Un hombre me encontró en un acantilado y le pedí que me trajera.
—Ya, y ¿dónde está el hombre que menciona?
—No lo sé, pero eso no es lo importante.
—Mire, le voy a dar el teléfono de mi casa en Segovia para que puedan contactar con mi mujer, ella les dirá cómo me llamo y quién soy. Sin duda alguien me está jugando una mala pasada.
—Está bien, pase a esa sala, mientras realizamos las averiguaciones.
—Pero... ¡esto es de locos! Necesito que me crean, le estoy diciendo la verdad. No sé como he llegado hasta aquí, ni por qué llevo encima esa documentación.
—Mire, yo lo único que sé es que usted no puede acreditar de momento su identidad, así que le aconsejo que se relaje y espere que su situación se aclare. Un agente le conseguirá ropa seca si lo desea.
—Gracias, se lo agradezco —contestó adusto—. Si pudiera darme algo también para el dolor de cabeza...
Transcurrieron unos treinta minutos hasta que el policía entró con la ropa y un paracetamol.
—Lo siento, amigo, pero tiene un problema: el teléfono que nos dio no existe. Tendremos que comprobar los datos. De momento puede irse, pero esté localizado hasta que la situación se aclare.

III—Luis Felipe:
Abandonó la comisaría y enseguida constató que incongruentemente portaba billetes en la cartera. Eran las diez de la mañana: por fortuna su reloj era acuático. Los turistas se desenvolvían medio desnudos, todo el mundo se desplazaba en bicicleta. En mitad de la calle curioseó sus documentos identificativos y apócrifos: no parecían falsos ni haber sido manipulados; tampoco estaban deteriorados por el uso ni —lo más extraño— por la humedad marina. Los guardó y, antes de meterse la cartera en el bolsillo, dio un beso a la fotografía de Marta.
Accedió al bar donde convino con los agentes aguardaría novedades. Pidió un café americano, a pesar del calor pegajoso que todo lo demoraba. Ahora, con retardo, como un reflejo olvidadizo del estímulo y remolón, sentía los rayos del sol hormigueando sobre el chichón de su cabeza; la sal del mar cauterizando la herida que coronaba el montículo.
La cafeína templó el caudal de su sangre y reunió ánimo para rememorar desde el principio el día de ayer: se levantó a las seis de la mañana y, tras ducharse y vestirse con el traje gris clarito, fue como cada día a despedirse de Marta, su joven esposa, que a esas horas tempranas remolonea contenta en la cama. Cerró con llave la puerta de casa, puso en marcha el coche y…
No, no sucedió exactamente así, ahora lo recuerda con nitidez. Su amada compañera, algo muy poco frecuente, no yacía hecha un ovillo sobre las sábanas, sino que se hallaba de pie mirando a través del ventanal del dormitorio. Y apenas se volvió cuando le deslizó un beso en el cuello y le dijo “te quiero”. Ahora sí: encendió el coche y lentamente fue abandonando Segovia hasta incorporarse a la autopista y conducir ligero hacia Madrid, donde tiene la sede central la empresa en la que trabaja.
Por el camino puso música triste y romántica; sí, escuchó varias veces seguidas “Pa llegar a tu lado”, en la versión de Bunbury.
La jornada laboral se desarrolló con maravillosa normalidad y rutina, a excepción de la llamada de Rogelio, su entrañable y viejo amigo, también su médico, que, visto lo sucedido, en mala hora le exigió reunirse ese mismo día: en modo alguno podía esperar hasta el sábado el asunto que debían tratar. Vaya. Y es que además… ¡Tenía tantas ganas de volver a casa y abrazar muy fuerte a Marta!  Salió del trabajo a las siete y diez… No, un poco más tarde, porque Rogelio a última hora volvió a llamarle demorando diez minutos la cita: al final quedaron a las ocho en punto en la misma consulta de su amigo. En el trayecto hacia el centro de Madrid se vio inmerso en un atasco monumental…
En ese instante apareció en el bar uno de los agentes que antes lo atendieron, el cual alzó una mano y le hizo una señal para que le acompañara fuera.
—El inspector Lobo quiere hablar con usted –precisó el policía.
—Bien, gracias.
—Sepa que a la hora de investigar casos difíciles, el inspector Lobo es un viejo lobo de mar. Ha tenido suerte –agregó el agente.
Amablemente le hicieron pasar a una sala de declaraciones y le dijeron que se sentara y esperara. Mientras tanto retomó el hilo y continuó evocando el empellón, la voz amenazante y el subsiguiente dolor incisivo en la testa. Luego, sin solución de continuidad y como si volviera a nacer, le sacó de la oscuridad la gentileza finita de Augusto, esa voz sedosa que desde el primer momento le inspiró confianza. Aunque, ahora que lo piensa, tampoco tomó del todo en serio, a causa del tono de voz, la amenaza misma que recibió en el aparcamiento.
De repente apareció en la sala un tipo chaparrete y bajito, de unos sesenta años, con bolsas en los ojos abotargados y nariz garbancera en el centro de una cara redonda. Tenía el pelo corto y cano peinado con raya al lado. Vestía una suerte de traje de color crema, corbata amarilla con el nudo aflojado, como en las películas. Se sentó enfrente y lo observó atentamente durante un rato. Al cabo, dijo:
—Su nombre real es Mario Ernesto Santana, ¿no es cierto? –y sin esperar confirmación soltó: — ¿Es usted feliz en su matrimonio?

IV—Mayte:
—¿Cómo dice? —preguntó el hombre aún incrédulo y desaforado por los acontecimientos—. No... no consigo entender lo que está sucediendo, no puedo pensar con claridad. ¿Qué insinúa?
—Solo le pregunto por la realidad de su matrimonio —contestó el agente de forma adusta.
—Yo, yo no sé que extraña broma es esta, pero le aseguro que mi matrimonio no tiene nada que ver con esto. ¿No se dan cuenta? Estoy siendo víctima de un absurdo malentendido.
—Por eso el número que supuestamente pertenece al teléfono móvil de su esposa es un número inexistente, claro —añadió el policía con tal sorna y maledicencia, que sus palabras  penetraron como fuego en el mismísimo centro del cerebro de Ernesto, que intentaba recomponer su vida, ahora transformada  en un puzzle  de múltiples fragmentos…
—Amigo, tiene un serio problema de identidad, ¿me entiende? Piénselo bien, tiene que decirme su nombre, tiene que decirme su nombre, su nombre, ¿recuerda?... su nombre.

Una niebla helada  invadió su cuerpo, paralizó sus labios y  turbó su corazón. ¿Qué estaba pasando, quién gritaba tan insistentemente?
Un sonido estrepitosamente familiar  le estaba volviendo loco, hasta acabar con su cordura. Su cuerpo aún inmóvil no respondía a sus estímulos.
Quería hablar, quería moverse, pero los músculos no le respondían. De repente el ruido paró, escuchó el chirriar de una puerta abrirse  y alguien volvió a preguntarle por su nombre. Notó que lo movían con brusquedad, como si lo estuvieran bajando de un vehículo.

Balbuceaba sin éxito, mientras veía pasar fugazmente destellos. Una fila de luces se cruzaban en su camino hasta hacer visible un pasillo  por el que  se desplazaba movido por alguien  con cierta ineptitud y bastante rapidez…
—¿Dónde estoy? —dijo con una voz apenas imperceptible.
—Por fin, me alegro de oírle. Está en el hospital. Parece ser que ha sufrido una agresión y estaba usted inconsciente. Lo encontraron en un parking, en el suelo. La policía nos avisó y vamos a hacerle unas pruebas.
—¿Quiere decirme que no estoy en  Formentera?
—Amigo, creo que el golpe ha sido bastante fuerte! Claro que no. Esté en el Hospital La Paz de Madrid.  
Ernesto no daba crédito, ahora se estaba acordando de lo sucedido. Iba a encontrarse con su amigo, cuando lo asaltaron. Su cara se transformó en una mueca inicial de alivio  a la que continuó una sonora carcajada que dejó confuso al enfermero.
—Sinceramente no sé  cómo valorará el médico que le atiende esta actitud, pero me alegro de verlo tan animado dadas las circunstancias.
—Créame, me siento bien, se que le puede parecer raro, pero me siento mejor que nunca. Aunque reconozco que me duele un poco la cabeza.
—Bien es normal, de todas formas ahora se lo cuenta todo al médico que va a valorar las pruebas de diagnóstico que se le van a practicar. Antes de irme déjeme un móvil para avisar a algún familiar. Es un trámite normal, entenderá que hasta que no sepamos que está realmente bien, no le vamos a dar el alta.
—No se preocupe, ya llamó yo a mi mujer con el móvil, se alarmará si lo hace usted.
—Está bien, como quiera. 
Ernesto introdujo la mano en su bolsillo. Allí estaba. Por fortuna al atracador no le había interesado.  Lo saco y le pidió al enfermero que marcara el número de su esposa, él todavía tenía la visión borrosa y difícilmente podía leer los números. El hombre de la bata blanca marcó el símbolo de llamar en el aparato y lo pasó al herido, que aún notaba el golpe en su cabeza.
—“El número marcado no existe, lamentamos no  poder ayudarle” —contestó una voz fría y mecánica a través del auricular…   

jueves, 21 de abril de 2011

Cuento Coral "Amigos desde siempre"

Publico el cuento coral escrito con mi nuevo grupo de escritura creativa en Fuentetaja. Verán qué interesante relato. Disfrútenlo.




AMIGOS DESDE SIEMPRE
(Cuento coral)

I (por Luis Rafael)
Si el doctor no le hubiera citado para las ocho de la noche, su vida habría continuado con la misma dulce monotonía. Pero esa tarde rompió la rutina de sus horarios y en vez de regresar a casa directamente desde la oficina se desvió hacia el Centro, donde había quedado con su viejo amigo y médico de hace más de veinte años.
Subió por avenida superando los obstáculos de la circulación en hora punta y los semáforos en rojos. Los coches intentaban rebasarse y algunos parecían participar del juego zigzagueante, como si compitieran lentamente para llegar a una meta invisible.
Al fin alcanzó la intercepción con la calle del hospital y, dejando atrás el bullicio de los autos y de la gente que se apiñaba en pasos de peatones y aceras, pudo introducirse en el silencio del parquin subterráneo, bajo la mole de hormigón del Hospital Nacional.
¿Qué querría contarle con tanta premura su amigo? ¿Por qué no había accedido a esperar al sábado, como le propuso? Incluso lo invitó a comer en su casa, pero no, tenían que verse en privado, ¡y ya!
Parece que el asunto es tan importante que no puede aguantar ni siquiera al fin de semana. “Mario, tienes que venir hoy mismo. ¿Podrás estar en mi consulta a las 8?” Respondió que sí, aunque le molestaba tanto misterio y la urgencia con que le requería. En fin, pronto descubriría el por qué de tanto misterio.
Cerraba el coche cuando lo empujaron contra el capó y escuchó:
—¡No me mires a la cara o te mato aquí mismo!

II (por Lucía Ancizu)
—¡Vete a la mierda, cabrón!, ¿será posible que después de tanto tiempo tengas que seguir con esos jueguecitos? Un día me dará un ataque al corazón y lo lamentarás, ya no tenemos veinte años, ¿sabes?- Mario había reconocido a su amigo, y la tensión acumulada fue la causante de que, esta vez, no se tomase tan bien como de costumbre una simple broma.
—Perdona, perdona, no sabía que te ibas poner así. Pero no seas tan melodramático, te aseguro que eso de que la gente se muere de un susto, es un mito— ahora era el doctor el que parecía abatido.
—Bueno, me quieres explicar qué te pasa- Mario intenta calmar su corazón todavía asustado, mitigando su curiosidad.
—Necesito que me acompañes a un sitio.
—¿A un sitio?, mira, querido doctor, esto me suena a una de esas locuras tuyas de la universidad, como cuando me pediste que te acompañara a París. ¿Te acuerdas de ese viaje?, Barcelona-París en tu destartalado Peugeot 104. Chico, ¡qué recuerdos!
—¡Claro que me acuerdo!, te pedí que me acompañaras porque se había muerto mi padre y no me veía con fuerzas de ir yo solo. También te pedí tu coche que tenía aire acondicionado, pero dijiste que no.
—¡Ah, sí!, pero ahora el que se está poniendo melodramático eres tú. De eso ya te pedí perdón mil veces en la boda del hippie, entonces yo era un crío y me importaba mi coche por encima de todo.
Esta es una de esas cosas que el doctor no puede soportar de su amigo, que escuche sólo lo que quiere, de todas formas, piensa que dentro de poco ya no tendrá por que aguantarle nada más, así que esta vez le replica:
—Sí, lo del coche, puede decirse que lo aclaramos, lo que no sabía es que habías olvidado el motivo del viaje.
Mario, ahora ríe a carcajadas. Después de coger aire continúa:
—¡Qué cosas tienes! Sin coñas: ¿vamos en tu coche o en el mío?
—Prefiero que vayamos en tu coche, todavía es mejor que el mío- Ahora ríe el doctor, su risa suena falsa, como la que viene usando los últimos diez años cada vez que queda con Mario.
Toman la carretera de la sierra, siguiendo las instrucciones del doctor, Mario conduce. Según le ha dicho no serán más de dos horas en total, pero piensa que no debería haber dado orden de que le dejasen la cena preparada, ahora, seguramente, cenarán juntos y cuando vuelva tendrá que tirar la suya. Claro que no puede confesar a su amigo que preferiría no cenar con él sólo porque no le gusta malgastar comida.
—Dentro de un kilómetro más o menos, estate atento porque hay un desvío a la derecha que tienes que coger y es muy fácil pasarse de largo.
Paran el coche. Los dos amigos han llegado a un claro donde, a pesar de que ya casi ha anochecido, se aprecia una pequeña casa. Al salir del coche y acercarse ven que se trata casi más de una caseta de labranza que de un chalet. Con el espacio justo para los aperos, un pequeño sofá y un aseo, nada más. En el suelo de madera hay un círculo quemado, parece que de una vieja cocinilla de gas.
—¿Este era el lugar al que tenía que venir con tanta urgencia? —Mario pregunta, porque en su cabeza realmente no encuentra ninguna explicación posible.
—Querido amigo —dice el doctor mientras saca un arma con la que le apunta—, me has complicado un poco las cosas, si me hubieras hecho caso esta tarde y no te hubieras dado la vuelta, si no me hubieras reconocido, no tendríamos que haber venido hasta aquí.

III (por Jorge Martínez Martín)
Se instala un silencio violento en el cobertizo. Mario no consigue articular palabra, esta vez sí que puede sentir el corazón descolocado; ahora cree de verdad que se puede morir de un susto. La visión de la reluciente pistola en la mano de su amigo le tiene atenazado. Trata de enfrentar la situación desde todos los ángulos, buscándole alguna lógica, pero no se la encuentra.
—Vaya, qué aplomo. Realmente no me lo esperaba, Mario, siempre fuiste un histérico —dice Daniel, jugando con la pistola en la mano, pero sin dejar de apuntarle.
«Parece que ha confundido mi desorientación con entereza», cruza por la mente de Mario que ya no es capaz de pensar con coherencia. Ideas angustiosas se mezclan con los más absurdos pensamientos: el Peugeot 104 azul celeste, la barba desaliñada que llevaba entonces, incluso la cena que tendrá que tirar a la basura, o tal vez… De pronto Mario se despierta del ensueño, por fin entiende la situación.
—¡Ja ja ja! —ríe con estruendo, liberando la tensión—. Casi me vuelves a engañar, es otra de tus bromas —dice aproximándose a él, más relajado.
—No es ninguna broma, Mario, esto es real.
—Sí, seguro. Menudo juguetito, parece de verdad, ¿de dónde lo has sacado? —contesta señalando al arma.
Daniel, visiblemente contrariado, se inclina repentinamente sobre él y le descarga un culatazo en la cabeza.
—¡Esto no era necesario, joder! ¿Por qué no puedes entender la situación, por una vez en tu maldita vida? Eres un imbécil, siempre lo has sido. Me cago en la leche, Mario, ¡levanta que no ha sido para tanto! —grita Daniel nervioso.
Mario se levanta del suelo acobardado. No comprende la situación. ¿De qué está hablando su amigo?... pero qué dice amigo, este cabrón no es su amigo.
— ¿Qué te pasa, joder? No te entiendo —musita Mario
—Claro, tú nunca entendiste nada, —dice Daniel, más tranquilo—siéntate ahí, que te lo voy a explicar, aunque sabes muy bien de qué va todo.
Mario se acerca al sofá y lo mira con asco. Está viejo y se encuentra cubierto de excrementos de pájaros. Daniel le empuja violentamente por la espalda para que se siente y Mario cae de bruces levantando una gran polvareda. Por fin se sienta mientras todavía hay plumas revoloteando por la habitación. Daniel se acomoda apoyando la espalda contra la puerta del baño, dirigiendo todavía la pistola hacia su amigo.
—Bueno, ¿me lo vas a explicar? —estalla Mario
Daniel le mira con una sonrisa sádica en la boca y todavía mantiene un rato más el silencio para torturar a Mario. El vidrio de la ventana les devuelve su reflejo; fuera, la oscuridad es ya absoluta. Entonces comienza a hablar.
—Tú mismo lo has mencionado antes, París. Allí empezó todo, ¿recuerdas? Yo había ido a enterrar a mi padre aunque a ti eso te resultaba indiferente, no creas que no lo percibí…
—¡Pero qué dices, hombre! —interrumpe Mario.
—Cállate, joder —grita Daniel a la vez que sacude el arma—. Como te decía, no conseguiste engañarme entonces y no lo has hecho nunca después. Pero París fue sólo el principio, en aquella habitación de hotel, ¿recuerdas? Sí, ya veo que sabes de lo que hablo. Después vino lo de tu boda con Laura, menuda jugada me hicisteis.
—Daniel, por favor…
—¡Que te calles! Eso te salió muy bien y yo seguí confiando en ti. Pero entonces ella empezó a involucrarse, olvidando que el médico era yo. Claro, que de eso nos ocuparemos más tarde —dice, entreabriendo la puerta del aseo y dejando a la vista de Mario unas piernas atadas por los tobillos.
—¡Laura, Laura! Pero qué has hecho, animal. ¡Laura, estoy aquí! ¿Estás bien? ¡Laura!... Déjala ir, Daniel, por favor ¡déjala!
—No te atrevas a darme órdenes. Te voy a…
En ese instante la puerta del cobertizo se abre con un tremendo restallido, volteando completamente sobre sus goznes hasta chocar contra la pared. En el umbral se recorta la silueta de un hombre gigantesco.

IV (por Carlos Salamero)
Entra un frío repentino que asalta como un trallazo a los dos hombres estremeciéndoles.
— ¡Quietos!
Una voz grave, fuertes golpes. La escasa luz se apaga. Olor a humedad, carreras. Se ven dos fogonazos y suenan dos detonaciones secas.
— ¡Socorro, nos han secuestrado! — Mario se tira al suelo al tiempo de gritar. Se vuelca el sofá con un grujido. Maderas tronchadas, aperos que se estrellan contra el suelo del cobertizo, más pasos.
Después silencio solo roto por unos ladridos lejanos y algún grillo en la noche, parsimonioso, incansable en su canto solitario y monótono. Apenas contiene el aliento Mario, le pican los ojos y los cierra apretándolos con fuerza. Siente la garganta seca. Se mueve reptando pesadamente por el suelo, despacio, con un roce suave sobre los tablones, escuchando los latidos de su corazón.
— ¡Laura!
Imágenes de Laura cuando se la presentó Daniel hace ya tantos años, imágenes de Laura bailando en las discotecas de verano mientras Daniel y él tomaban una copa en la barra mirándola satisfechos, imágenes de la boda, con Laura vestida de blanco desde los piés hasta la sonrisa, … abre los ojos, parece que se va acomodando a la oscuridad. Trata de ver, de escuchar, nada. Se queda quieto, mira hacia la puerta del aseo. No duró mucho lo de Laura, apenas se casaron las cosas empezaron a ir mal: los negocios no cumplieron las expectativas de Daniel ni de Mario, Laura trató de advertirles, quiso tomar cartas en el asunto, y él no pudo mediar entre los dos, se dejó llevar, indolente y pusilánime. No, no luchó lo bastante por la relación, demasiado ocupado por el éxito, el orden perfecto que había concebido y le dinero. Ha llegado ya a la puerta del aseo. Desde el suelo Mario palpa la puerta que no cede. Se levanta, apoyándose en la pared, tanteando hasta encontrar el pomo de la puerta.
— Pse, callado— Otra vez la voz grave, la mano en su hombro, la nota pesada, el hombre le indica suavemente que vuelva a agacharse. Sus gestos y la expresión que se adivina son amables.

V (por Manuel del Campo)
Mario se estira de nuevo en el suelo y arrastrándose, se aparta hasta que su brazo tropieza con algo, tras tantearlo cuidadosamente, descubre que es una pistola, se pregunta si será la de Daniel, la empuña y continúa su avance a ciegas por el suelo, avanza el brazo izquierdo, al posar la mano, lo hace sobre mojado, un charco. Retira la mano de inmediato y se la lleva hasta la nariz. Desde luego huele, pero no lo reconoce, no es agua, ni un olor intenso como la gasolina. La textura es densa, le recuerda al aceite. Imagina que es sangre. Intenta limpiársela frotando la mano en el suelo. Joder. La idea del cuerpo de Daniel desangrándose, ahí mismo, le eriza todos los pelos del cuerpo. ¿Qué coño hará el desgraciado de Daniel en esto, por qué estaba Laura atada en ese cuchitril? De repente la luz se vuelve a encender, tras un instante cegado, sus ojos se adaptan a la claridad. Es Laura, en la puerta del aseo, junto a ella está el cuadro eléctrico. No está atada.
— ¡Imbécil! Has matado al que no es —grita Laura— ¡Mátalo!
Suena un disparo y el gigante cae de rodillas con cara de sorpresa, después se desploma en el suelo. Mario, con la pistola en la mano, también está sorprendido, por su rápida reacción y aún más, por haber acertado.
Laura lanza un grito e inmediatamente se recobra.
— ¡Mario, Qué has hecho!
Mario no dice nada, solo hurga en el bolsillo de su chaqueta
— ¡Qué haces!—Laura está cada vez más nerviosa.
Él la apunta con el arma.
— ¿Cómo conseguiste liar al pobre Daniel?—pregunta Mario señalando con un gesto de cabeza el cuerpo de Daniel, que tal y como había supuesto, estuvo a punto de toparse con él en la oscuridad.
Laura comprende que es absurdo continuar con la farsa.
—Tú lo has dicho, pobre Daniel. Fue fácil. ¿Cómo lo has sabido?
—Lo sé hace tiempo, me puso sobre aviso tú… amiga Maribel—contesta Mario destacando lo de “amiga”.
— ¡Maribel! ¿Te la estas…?
—Sí. Lo que me ha pillado por sorpresa, es lo de Daniel. Sé desde hace tiempo, casi inmediatamente, que habías contratado a ese matón y de paso me lo has dejado en bandeja, con una prueba incontestable: la transferencia bancaria. Nunca fuiste muy lista…y él tampoco debía serlo ¿no?
—Miserable.
—Es gracioso que digas eso en esta situación…
— ¡Cabrón!
—Sí, eso sí
En ese momento entra un hombre, bajo, moreno y algo desastrado.
—Creí que me habían visto en la ventana…
—Joder, Bárcenas, has apurado mucho ¿y si hubiera fallado con ese?
—Confío en usted. No se preocupe, no lo hubiera permitido: aún me debe mucha pasta —contesta con sorna señalando la ventana en la que había estado apostado. —Ha sido una sorpresa verle llegar con el otro.
—Ya, dímelo a mí. ¿Le has…tú?
—No, yo no he disparado. Debiéramos…
—Lo sé, lo sé. Laura, te presento al señor Bárcenas, ha estado siguiendo a tu chico, ya sabes para…digamos, asegurar mi supervivencia. Mira tú por dónde, nos hemos ido a reunir todos en el mismo sitio.
Bárcenas ha recogido el arma del grandullón y la intercambia con Mario. Tras admirarla un instante, apunta a su mujer.
—Mario…—murmura ella con voz trémula
— ¿Sí, Laura?
Aprieta el gatillo, estampido, el cuerpo de ella choca contra la pared y cae al suelo otra vez en el retrete.
Mientras tanto, Bárcenas, concienzudo, ha limpiado y “devuelto” la pistola a Daniel. A continuación, recoge la que sostiene Mario y repite la operación con el gigante. Tras las sorpresas iníciales, Mario y Bárcenas parecen estar perfectamente coordinados. Todo estaba pensado y ensayado, solo ha cambiado el momento y el lugar. Bueno, lo de Daniel sí que no estaba previsto
—Es una pena lo de Daniel, pobre tontorrón.
—Después de todo…nos va a venir bien.
—Sí, eso sí.
— Venga, quítese la ropa. Hay que hacerla desaparecer.
Mientras Mario obedece, Bárcenas hace lo mismo con Laura.
— Para que no desentone...—le explica— ¡Ah! Lo siento pero tendrá que “tropezarse” con la sangre de su amigo en especial las manos, por los restos de pólvora…ya sabe.
— ¡No me jodas!—suelta Mario mientras se mira la mano manchada antes con la sangre de Daniel.
Cuando termina de desnudarse, coge el móvil.
— ¡Policía, socorro, nos han intentado secuestrar!— Mario interpreta admirablemente hablando por el teléfono— ¿Qué?.. ¡No!..¡Han asesinado a mi esposa! Y hay dos hombres muertos.
Bárcenas observa divertido.
—...Eh? Sí…estoy en…—Mario hace un gesto de despedida cuando el otro sale.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Entrevista a Luis Rafael por Ana Borderas, Cadena Ser

Entrevista en La Hora Extra de la Cadena Ser (4 de septiembre de 2010) donde se habla sobre el taller "Cómo escribir cuentos, poemas y canciones para niños":


La Hora Extra - (04/09/2010)



Más información sobre este taller y otros de Luis Rafael:

-Cómo escribir cuentos, poesías y canciones para niños
http://www.fuentetajaliteraria.com/ficha_taller.php?id=414

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jueves, 25 de junio de 2009

Cursos de verano en Fuentetaja

Talleres de escritura creativa fuentetaja

Intensivos de verano en Madrid
cursos y talleres de escritura 2009






Plazas limitadas /Matrícula abierta

En julio dan comienzo los cursos y talleres intensivos convocados en Madrid este verano. Os recordamos que nuestra oferta abarca desde talleres de iniciación hasta seminarios especializados o talleres avanzados para aquellos que ya habéis participado anteriormente y deseéis perfeccionar vuestras destrezas. Además de nuestra consolidada oferta de talleres de iniciación a la escritura creativa (los primeros pasos en la escritura, el cuento, la novela, la poesía...) y de aquellos talleres que sirven como plataforma de entrada a los cursos anuales, este año incorporamos nuevos talleres, enfoques y profesores invitados.

Destacamos aquí de entre nuestra oferta algunos talleres por fecha de convocatoria. Podéis acceder a la información completa de cada taller haciendo clic en su título, no obstante os acompañamos también un documento adjunto con el listado completo.

Cómo escribir cuentos, poesías y canciones para niños
por Luis Rafael

Narración Oral: Taller de contadores de cuentos
por Francisco Garzón Céspedes y José Víctor Martínez Gil

La edición en los márgenes del editor. Escribir y publicar 2.0
por Rubén A. Arribas

Taller de literatura de viajes (I) Preparando el viaje
por Bruno Galindo

Taller de creación de un cortometraje
por Catalina Murillo y Cora Peña

El humor en el cuento (continuación)
por Hipólito G. Navarro

La familia como tema literario
por Laura Freixas

Provocación y disidencia en la literatura
por Alberto Olmos

El amor en la literatura. De qué hablamos cuando hablamos de amor
Por Sara Rosenberg

La edición para narradores. El acceso a la publicación hoy
Por Manuel Rodríguez Rivero

Laboratorio (obrador) de imaginación y misterio
Por Joan Manuel Gisbert

Seminario de crítica literaria
Por Ignacio Echevarría

Cómo se coordina un taller de escritura
Por Víctor García Antón y Gloria Fdez. Rozas

¿Qué dicen los poemas? Taller de lectura de poesía
Por Juan Antonio Montiel

La trama: un seminario de novela policíaca
Por Juan Madrid

Te remitimos para una información más detallada sobre horarios, programas, precios y reserva de plaza a nuestra página de información:

www.fuentetajaliteraria.com


Información de 10 a 14 y de 17 a 19 horas en
C/ San Bernardo 13 3º izda
28015 Madrid
Metro: Callao / Santo Domingo / Plaza de España / Noviciado
tel. 91 531 15 09


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domingo, 24 de mayo de 2009

Cuento coral

Cuento coral realizado a partir de un propuesta de escritura de taller. Aporté el inicio con una intriga, un dato oculto que solo se revela en el final elegido por los talleristas. Cada integrante del taller da continuidad al relato desde ese punto de giro hasta otro, sin revelar la intriga principal y tratando de configurar mejor el conflicto.
Así, sucesivamente, cada uno escribe un trozo, de un punto de giro a otro, dejando siempre el cuento en un punto de tensión, en un clímax.
Cito el cuento in extenso, corrigiendo la puntuación y otros pequeños detalles de estilo, ya que se trata de una creación colectiva. Además, acorto el diálogo final, para que gane en intensidad, eliminando datos que no aportan nada sustancial y dirigiendo la atención directamente al desenlace del conflicto, realidad Vs. Irrealidad.


LECCIÓN Cuento coral

Título: Canto de sirena

Propuesta inicial para motivar la escritura:

Si el doctor no le hubiera citado para las ocho de la noche, su vida habría continuado con la misma dulce monotonía. Pero esa tarde rompió la rutina de sus horarios y en vez de regresar a casa directamente desde la oficina se desvió hacia el Centro, donde había quedado con su viejo amigo y médico de hace más de veinte años.
Subió por la avenida superando los obstáculos de la circulación en hora punta y los semáforos en rojo. Los coches intentaban rebasarse y algunos parecían participar del juego zigzagueante, como si compitieran lentamente para llegar a una meta invisible.
Al fin alcanzó la intercepción con la calle del hospital y, dejando atrás el bullicio de los autos y de la gente que se apiñaba en pasos de peatones y aceras, pudo introducirse en el silencio del parquin subterráneo, bajo la mole de hormigón del Hospital Nacional.
¿Qué querría contarle con tanta premura su amigo? ¿Por qué no había accedido a esperar al sábado, como le propuso? Incluso lo invitó a comer en su casa, pero no, tenían que verse en privado, ¡y ya!
Parece que el asunto es tan importante que no puede aguantar ni siquiera al fin de semana. “Mario, tienes que venir hoy mismo. ¿Podrás estar en mi consulta a las 8?” Respondió que sí, aunque le molestaba el misterio y la urgencia con que le requería. En fin, pronto descubriría el por qué de tanto secreto.
Cerraba el coche cuando lo empujaron contra el capó y escuchó:
— ¡No me mires a la cara o te mato aquí mismo!


Continuación por los talleristas:

Lo sorpresivo de la embestida hizo que tardara unos segundos en identificar la presión en el costado con el cañón de una pistola. Atinó a balbucir:
—Pe…pe…pero, qué es esto... Me está haciendo daño.
—¡Tranquilo y silencio! Vamos a ver al doctor. Camine usted delante y no se le ocurra volverse. ¡Hacia el ascensor!
Se incorporó y comenzó a andar en la dirección indicada. Estaba desconcertado y lo volvió a intentar:
—Pero, ¿me puede explicar qué absurda broma es esta?
—…
Había aparecido una mujer que caminaba detrás, junto al hombre, que ahora empuñaba el arma, con disimulo, en el bolsillo de su chaqueta. Se dirigieron mudos hacia el ascensor.
A esa hora el hospital estaba tranquilo, una vez que las visitas se habían ido, y los médicos y enfermeros del turno de tarde, se tomaban unos momentos de relax mientras se repartía la cena en las habitaciones.
Llegaron a la planta de consultas externas, menos transitada aún que el resto del edificio y, sin llamar, abrieron la puerta del despacho de su amigo. Un leve empujón en la espalda le obligó a entrar. Sus acompañantes cerraron la puerta y se quedaban fuera. Allí estaba el médico con otro hombre, de gesto adusto y aspecto tranquilo, que le invitó a sentarse. El doctor tenía el rostro tenso y expresión atolondrada.
—Querido amigo, discúlpame… ya después me entenderás… —musitó acongojado.
Acto seguido, entre cuatro hombres, lo metieron amarrado a la sala de operaciones.
Al despertar se encontraba acostado en la mesa de cirugía, con náuseas y mareos. No sabía cuánto tiempo había pasado allí. Estaba adolorido y cubierto por una sábana quirúrgica. Al levantarla para ver qué le habían hecho se quedó estupefacto:
Una serie de figuritas…
“¡Mierda!, ¿qué es esto?” –pensó, y desesperado se refregó los ojos para constatar si lo que estaba viendo era cierto o solo una alucinación.
Volvió a mirar, esta vez corriendo definitivamente la sábana: una serie de pequeñísimos y plateados (¿seres, animales, qué era esto?) trabajaban, sin descanso, con pequeñas carretillas cargadas de arena, cemento y canecas de agua; una hermosísima plaza se construía en el triángulo libre entre sus dos piernas, convertidas en colinas y cubiertas de arbustos, que conformaban en el triángulo del pubis una selva de la que partía un chorro de aguas salobres. En el pozo se zambullían sirenitas aguamarina que reían entre juegos.
—¡No puede ser, no, no, es que no puede ser! ¡Alguien que me ayude! ¡Doctor, doctor! — gritó con desesperación.
Volvió a despertar. Sentía una sensación húmeda entre los muslos y alrededor de las caderas. La sensación de irrealidad e incredulidad le llevó a palpar la ropa de la cama. No había duda: se había orinado.
Todavía persistían en su cabeza imágenes de sirenas y colinas verdes adosadas a sus piernas, cuando se abrió la puerta de la habitación. Era su amigo, el médico, acompañado por dos enfermeros a los que no reconoció. Estos procedieron de una forma profesional e inmutable, cambiando el gotero, en el que inyectaron algo y realizando comprobaciones clínicas con una actitud pausada.
Su amigo, entretanto, había permanecido en silencio, a los pies de la cama, mirándole con expresión de lástima y pesar. Ninguno de los dos fue capaz de articular palabra en la insólita situación.
Cuando los enfermeros hubieron acabado:
—Déjennos solos, por favor, dijo el médico.
Los enfermeros salieron.
—Supongo que nunca me perdonarás, pero no tenía otra opción.
—¿De qué me hablas, Santos? ¿Qué hago aquí, acostado y… dónde coño estamos?
Con la sensación de quien sabe que la vida le ha tendido una trampa de la que es imposible salir ileso y con la certeza de que ya nada volvería a ser como antes, tampoco al mirarse al espejo, el médico comenzó a narrar cómo en sus últimas vacaciones con su mujer, en Isla Mauricio, conoció a un simpático y amable caballero, con el que, en el transcurso de los días de asueto intimaron. Se trataba de un hombre de negocios, con el que en el transcurrir de agradables cenas y veladas compartidas, días de playa y excursiones amenas, él habló de su dedicación y estudios en el campo de la cirugía. Dado el interés del otro, se extendió, gustosa y particularmente, en lo relativo a los problemas de compatibilidad y rechazo en los trasplantes. Acabadas las vacaciones se despidieron y consideraron, el suyo, un feliz encuentro.
Pasados tres meses, recibió una llamada del nuevo amigo, con motivo de su visita a Barcelona. Quedaron para cenar y, tras el correspondiente intercambio de cumplidos y puesta al día de unos amigos que apenas se conocen, la conversación se centró, por interés manifiesto del hombre de negocios, en el trabajo de cirujano que llevaba a cabo, poniendo un énfasis particular en visitar el escenario donde transcurría el quehacer de alguien que tenía en sus manos la vida de otros y solicitando casi como un deseo infantil el favor de ver su despacho profesional. Ante tan pueril solicitud, de un curtido hombre de negocios, él accedió, quedando citados para el día siguiente, una vez terminado su horario de consulta.
Sin embargo, al día siguiente, el amigo no acudió solo a la consulta, le acompañaron cuatro personas. Dos de ellas tenían un papel puramente intimidatorio y las otras dos eran expertos cirujanos. Una vez en el despacho, había desaparecido el infantil interés y quedó plasmado el asunto que había motivado la representación de espontánea amistad que hasta ese momento se había desarrollado. El hombre era un enfermo, muy rico, urgido de un trasplante que no podía esperar mucho tiempo, por lo que había decidido buscar por sí mismo para conseguir un riñón.
Una vez en el despacho del doctor, le dijeron que su mujer estaba en esos momentos controlada y que de él dependía que siguiera estando bien. Para ello debía identificar entre sus pacientes uno que fuera compatible con el supuesto amigo. Resulta claro quién era el único de sus pacientes que era compatible.
La desgracia de un favor se había cruzado en el destino, pues si tenía un conocimiento exhaustivo de las características de su amigo era debido a que este se había prestado, por aprecio a participar en un estudio dirigido por el doctor.
Identificado el paciente fue estudiada su historia clínica por los dos expertos acompañantes, que concluyeron que era la persona que estaban buscando.
—A partir de ahí, casi todo lo sabes tú también. La visita a mi consulta fue antes de ayer, yo te llamé por la mañana y por la tarde te extirparon el riñón para colocárselo a él. Todo lo hicieron ellos. A mí solo me dejaron observar.
—Esto debe seguir siendo un sueño. Tengo la sensación de haberme despertado dos veces pero seguro que todavía falta la tercera. La buena.
—No, Mario, no. Estás despierto. Es real.
—Pero, ¿dónde estamos?
—No lo sé. Tanto tú como yo hemos venido sedados hasta aquí. No sé dónde estamos.
—¡Qué leches!, ¿qué estupidez es esa del riñón?
—De nada sirve desesperarse ahora. Estamos en un apartamento, acondicionado como quirófano y deberemos permanecer aquí hasta tu completa recuperación.
—Esto no es real… esto no es real…
Mario deseó, con todas sus fuerzas, sentir un pozo de sirenas aguamarina en su pubis y se quedó en silencio mirando el techo.

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sábado, 9 de mayo de 2009

Taller sobre literatura y humor

"A fin de cuentas todo es un chiste "
(Charles Chaplin)

El desafío del humor

El humor ha sido desde siempre un arma del hombre para combatir la adversidad y para reírse de los poderosos y de sus propias desgracias. Ver la vida con humor supone una filosofía no de la renuncia sino del optimismo. Advirtiendo sobre el carácter desafiante del humor, alguien dijo que “cuando al tirano se le puede llamar tirano el humor deja de ser necesario”, sin embargo el humor invariablemente es preciso para vivir de forma plena y optimista. La risa puede resultar terapéutica y la burla inteligente un arma a la que no han podido vencer ni los ejércitos más poderosos. La trayectoria del humor va desde el folclor de cada pueblo hasta las obras de autores clásicos y los blogs contemporáneos de Internet, textos y espacios donde cada generación ha demostrado su ingenio para denunciar desde la risa. Sin embargo, el desafío del humor no lo es solo desde el punto de vista de los temas que aborda sino también en la forma. Narradores y poetas de todos los tiempos han empleado el humor para parodiar y combatir a los gobernantes y para relativizar el destino humano. La risa, al fin y al cabo, puede ser motivada desde la inteligencia y la maestría técnica, como veremos en ejemplos de la historia de la literatura y en textos de autores contemporáneos. Construir un texto irreverente, irónico, cínico, satírico, sarcástico o burlesco no es cosa de improvisaciones sino que responde a técnicas y procedimientos literarios que pueden ser estudiados y dominados, para lograr una comunicación más fresca y efectiva.


Profesor
El claustro de Hotel Kafka está compuesto por escritores, ensayistas, guionistas y críticos cuyo mejor atributo más allá del lugar que ocupan en el panorama literario español es su voluntad y pericia para despertar en cada nuevo autor la capacidad necesaria para crear con un lenguaje propio.
Luis Rafael es narrador, poeta y ensayista. Máster en Didáctica y Máster en Estudios Literarios. En Cuba dirigió los talleres Miguel de Cervantes (1989-1994), Enrique José Varona (1995-1997), la revista literaria Jácara (1995-2005). Ha publicado una docena de libros, entre los más recientes: Colómbico (poesía, 2003), Eliseo Diego: donde la demasiada luz (ensayo, 2004), Mulato (novela para jóvenes, 2006; Premio Nacional “La Rosa Blanca” de Mejor Texto para niños y jóvenes publicado en Cuba en 2007), El dueño de los caballitos (cuento, 2007), Cartas al hijo (poesía, 2008) y Cuentos para dormir (para niños, 2008). Compiló y publicó diversas antologías de literatura hispanoamericana. Tiene varias obras en proceso de edición.
Duración: 12 horas lectivas
Fechas y días: Del 20 de Mayo al 8 de Julio.
Miércoles Horarios: de 21:00 a 22:30 horas.

ventajas
* A diferencia de otros centros educativos y de formación literaria, Hotel Kafka ofrece a sus alumnos un espacio abierto en el que poder compartir con profesores y compañeros lo investigado en las clases, así como proponer y coordinar mesas redondas. Habilitado como área wifi, dispone de mesas de trabajo, ordenadores, cafetería, y librería de consulta, con el fin de que nuestros alumnos puedan aprovechar al máximo su paso por Hotel Kafka, a la vez que se familiarizan con la creación artística desde un espacio más amplio, más cómodo y más enriquecedor que la silla del alumno en clase.
- Descuento en todos los textos y materiales de uso habitual durante el curso.
- Entrada gratuita y preferencial a las conferencias, actos, presentaciones y exposiciones que se realizan durante el año.
* Hotel Kafka acogerá exposiciones de fotografía y pintura, lecturas, presentaciones, conferencias, y clases en abierto, teniendo, los alumnos matriculados en Hotel Kafka, acceso gratuito y reservado para todas y cada una de las actividades.

1. El humor como actitud ante la vida. Comicidad y risa.
2. Del humor folclórico y de los clásicos a Internet. Crítica social y sentidos del humor.
3. Comedias y divertimentos. Sátiras y parodias. La técnica de la comicidad.
4. El psicoanálisis del humor. Los secretos del humorista. Clichés y excentricidades.
5. Poesía humorística y burlesca. Jacarandosos y jácaras. Parodias, epitafios y apócrifos.
6. Metáforas de humor. Esperpentos y greguerías. El ridículo. Surrealismo y absurdo.
7. De bromistas y otros demonios. Relatos de humor y cuentos chistosos.
8. Irreverencia, ironía, cinismo, sátira, sarcasmo, burla. La seriedad en el humor.

Durante el curso se estudiarán y comentarán textos de Aristófanes, Plauto, Petronio, Esopo, Boccaccio, Rabelais, Cervantes, Quevedo, Voltaire, Dickens, Chejov, O. Wilde, Mark Twain, R. del Valle Inclán, Ramón Gómez de la Serna, V. Huidobro, J. Z. Tallet, Eugène Ionesco, Darío Fo, Julio Cortázar, Virgilio Piñera, Rafael Alberti, Nicanor Parra, Augusto Monterroso, Luis Sepúlveda, Eduardo del Llano, Elvira Lindo, et all.
Infórmese e inscríbase en:
© 2007 Hotel Kafka. C. Hortaleza 104, Madrid Tfno. 917 025 016
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miércoles, 29 de abril de 2009

Editorial Complutense de la UCM

Editorial Complutense, de la Universidad Complutense de Madrid


La Editorial Complutense fue fundada en Madrid el 13 de diciembre de 1994. Desde entonces ha desarrollado una importante labor de difusión. Su objetivo es publicar textos que estén a la altura de las expectativas que suscita el prestigio de la Universidad Complutense de Madrid, así como de los retos de la revolución cultural y cognitiva que estamos viviendo.

La editorial fortalece sus relaciones y coedita con los centros e institutos de investigación de la Universidad Complutense, con sus foros de discusión académica y debate y con otras instituciones, fundaciones o editoriales afines para colaborar en la realización de proyectos intelectuales de mutuo interés. Todos sus libros han sido evaluados por especialistas o recomendados por directores de colección o por comisiones editoriales.

De cara a ampliar la difusión de estudios de interés para la comunidad científica internacional, se ha iniciado una línea de libros electrónicos. Así mismo, empieza a dar frutos una política orientada a hacer accesibles al público latinoamericano los nuevos libros. Editorial Complutense trata así de contribuir con dinamismo, creatividad y rigor a las exigencias que el mundo actual plantea al pensamiento.


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La Editorial Complutense tiene un amplio catálogo de ediciones, tanto en papel como en libros electrónicos. Son disímiles las materias que recogen sus publicaciones.


Hasta el momento existen 38 colecciones: Académica; Bellas Artes;
Biblioteconomía y bibliofilia; Clásicos breves; Club de Debate; Compás de letras; Cursos de Verano; Debate social; Diccionarios Oxford-Complutense; Ebooks; El otro Madrid; Estudios Complutenses; Estudios internacionales; Excerpta Philosophica; Foro Complutense;
Homenajes de la U. C. M.; Imagen, comunicación y poder; Innovación Educativa; Innovación y calidad; Instituto de Ciencias Musicales;
Instituto de Investigaciones Feministas; Instituto de Traductores;
La mirada de la ciencia; La Mirada de la Historia; Libro electrónico; Línea 300; Línea 3000 (libros electrónicos); Madrid en el tiempo; Multimedia; Patrimonio Bibliográfico Complutense; Pensadores clave; Pensar nuestro tiempo; Philosophica Complutensia; Plantas medicinales; Testimonia Hispaniae Antiqua; Textos Clásicos; y UCM.



''Los libros publicados por Editorial Complutense a partir de 2007 han obtenido una evaluación experta positiva.''



Más información en:

http://www.editorialcomplutense.com/

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