jueves, 21 de abril de 2011

Cuento Coral "Amigos desde siempre"

Publico el cuento coral escrito con mi nuevo grupo de escritura creativa en Fuentetaja. Verán qué interesante relato. Disfrútenlo.




AMIGOS DESDE SIEMPRE
(Cuento coral)

I (por Luis Rafael)
Si el doctor no le hubiera citado para las ocho de la noche, su vida habría continuado con la misma dulce monotonía. Pero esa tarde rompió la rutina de sus horarios y en vez de regresar a casa directamente desde la oficina se desvió hacia el Centro, donde había quedado con su viejo amigo y médico de hace más de veinte años.
Subió por avenida superando los obstáculos de la circulación en hora punta y los semáforos en rojos. Los coches intentaban rebasarse y algunos parecían participar del juego zigzagueante, como si compitieran lentamente para llegar a una meta invisible.
Al fin alcanzó la intercepción con la calle del hospital y, dejando atrás el bullicio de los autos y de la gente que se apiñaba en pasos de peatones y aceras, pudo introducirse en el silencio del parquin subterráneo, bajo la mole de hormigón del Hospital Nacional.
¿Qué querría contarle con tanta premura su amigo? ¿Por qué no había accedido a esperar al sábado, como le propuso? Incluso lo invitó a comer en su casa, pero no, tenían que verse en privado, ¡y ya!
Parece que el asunto es tan importante que no puede aguantar ni siquiera al fin de semana. “Mario, tienes que venir hoy mismo. ¿Podrás estar en mi consulta a las 8?” Respondió que sí, aunque le molestaba tanto misterio y la urgencia con que le requería. En fin, pronto descubriría el por qué de tanto misterio.
Cerraba el coche cuando lo empujaron contra el capó y escuchó:
—¡No me mires a la cara o te mato aquí mismo!

II (por Lucía Ancizu)
—¡Vete a la mierda, cabrón!, ¿será posible que después de tanto tiempo tengas que seguir con esos jueguecitos? Un día me dará un ataque al corazón y lo lamentarás, ya no tenemos veinte años, ¿sabes?- Mario había reconocido a su amigo, y la tensión acumulada fue la causante de que, esta vez, no se tomase tan bien como de costumbre una simple broma.
—Perdona, perdona, no sabía que te ibas poner así. Pero no seas tan melodramático, te aseguro que eso de que la gente se muere de un susto, es un mito— ahora era el doctor el que parecía abatido.
—Bueno, me quieres explicar qué te pasa- Mario intenta calmar su corazón todavía asustado, mitigando su curiosidad.
—Necesito que me acompañes a un sitio.
—¿A un sitio?, mira, querido doctor, esto me suena a una de esas locuras tuyas de la universidad, como cuando me pediste que te acompañara a París. ¿Te acuerdas de ese viaje?, Barcelona-París en tu destartalado Peugeot 104. Chico, ¡qué recuerdos!
—¡Claro que me acuerdo!, te pedí que me acompañaras porque se había muerto mi padre y no me veía con fuerzas de ir yo solo. También te pedí tu coche que tenía aire acondicionado, pero dijiste que no.
—¡Ah, sí!, pero ahora el que se está poniendo melodramático eres tú. De eso ya te pedí perdón mil veces en la boda del hippie, entonces yo era un crío y me importaba mi coche por encima de todo.
Esta es una de esas cosas que el doctor no puede soportar de su amigo, que escuche sólo lo que quiere, de todas formas, piensa que dentro de poco ya no tendrá por que aguantarle nada más, así que esta vez le replica:
—Sí, lo del coche, puede decirse que lo aclaramos, lo que no sabía es que habías olvidado el motivo del viaje.
Mario, ahora ríe a carcajadas. Después de coger aire continúa:
—¡Qué cosas tienes! Sin coñas: ¿vamos en tu coche o en el mío?
—Prefiero que vayamos en tu coche, todavía es mejor que el mío- Ahora ríe el doctor, su risa suena falsa, como la que viene usando los últimos diez años cada vez que queda con Mario.
Toman la carretera de la sierra, siguiendo las instrucciones del doctor, Mario conduce. Según le ha dicho no serán más de dos horas en total, pero piensa que no debería haber dado orden de que le dejasen la cena preparada, ahora, seguramente, cenarán juntos y cuando vuelva tendrá que tirar la suya. Claro que no puede confesar a su amigo que preferiría no cenar con él sólo porque no le gusta malgastar comida.
—Dentro de un kilómetro más o menos, estate atento porque hay un desvío a la derecha que tienes que coger y es muy fácil pasarse de largo.
Paran el coche. Los dos amigos han llegado a un claro donde, a pesar de que ya casi ha anochecido, se aprecia una pequeña casa. Al salir del coche y acercarse ven que se trata casi más de una caseta de labranza que de un chalet. Con el espacio justo para los aperos, un pequeño sofá y un aseo, nada más. En el suelo de madera hay un círculo quemado, parece que de una vieja cocinilla de gas.
—¿Este era el lugar al que tenía que venir con tanta urgencia? —Mario pregunta, porque en su cabeza realmente no encuentra ninguna explicación posible.
—Querido amigo —dice el doctor mientras saca un arma con la que le apunta—, me has complicado un poco las cosas, si me hubieras hecho caso esta tarde y no te hubieras dado la vuelta, si no me hubieras reconocido, no tendríamos que haber venido hasta aquí.

III (por Jorge Martínez Martín)
Se instala un silencio violento en el cobertizo. Mario no consigue articular palabra, esta vez sí que puede sentir el corazón descolocado; ahora cree de verdad que se puede morir de un susto. La visión de la reluciente pistola en la mano de su amigo le tiene atenazado. Trata de enfrentar la situación desde todos los ángulos, buscándole alguna lógica, pero no se la encuentra.
—Vaya, qué aplomo. Realmente no me lo esperaba, Mario, siempre fuiste un histérico —dice Daniel, jugando con la pistola en la mano, pero sin dejar de apuntarle.
«Parece que ha confundido mi desorientación con entereza», cruza por la mente de Mario que ya no es capaz de pensar con coherencia. Ideas angustiosas se mezclan con los más absurdos pensamientos: el Peugeot 104 azul celeste, la barba desaliñada que llevaba entonces, incluso la cena que tendrá que tirar a la basura, o tal vez… De pronto Mario se despierta del ensueño, por fin entiende la situación.
—¡Ja ja ja! —ríe con estruendo, liberando la tensión—. Casi me vuelves a engañar, es otra de tus bromas —dice aproximándose a él, más relajado.
—No es ninguna broma, Mario, esto es real.
—Sí, seguro. Menudo juguetito, parece de verdad, ¿de dónde lo has sacado? —contesta señalando al arma.
Daniel, visiblemente contrariado, se inclina repentinamente sobre él y le descarga un culatazo en la cabeza.
—¡Esto no era necesario, joder! ¿Por qué no puedes entender la situación, por una vez en tu maldita vida? Eres un imbécil, siempre lo has sido. Me cago en la leche, Mario, ¡levanta que no ha sido para tanto! —grita Daniel nervioso.
Mario se levanta del suelo acobardado. No comprende la situación. ¿De qué está hablando su amigo?... pero qué dice amigo, este cabrón no es su amigo.
— ¿Qué te pasa, joder? No te entiendo —musita Mario
—Claro, tú nunca entendiste nada, —dice Daniel, más tranquilo—siéntate ahí, que te lo voy a explicar, aunque sabes muy bien de qué va todo.
Mario se acerca al sofá y lo mira con asco. Está viejo y se encuentra cubierto de excrementos de pájaros. Daniel le empuja violentamente por la espalda para que se siente y Mario cae de bruces levantando una gran polvareda. Por fin se sienta mientras todavía hay plumas revoloteando por la habitación. Daniel se acomoda apoyando la espalda contra la puerta del baño, dirigiendo todavía la pistola hacia su amigo.
—Bueno, ¿me lo vas a explicar? —estalla Mario
Daniel le mira con una sonrisa sádica en la boca y todavía mantiene un rato más el silencio para torturar a Mario. El vidrio de la ventana les devuelve su reflejo; fuera, la oscuridad es ya absoluta. Entonces comienza a hablar.
—Tú mismo lo has mencionado antes, París. Allí empezó todo, ¿recuerdas? Yo había ido a enterrar a mi padre aunque a ti eso te resultaba indiferente, no creas que no lo percibí…
—¡Pero qué dices, hombre! —interrumpe Mario.
—Cállate, joder —grita Daniel a la vez que sacude el arma—. Como te decía, no conseguiste engañarme entonces y no lo has hecho nunca después. Pero París fue sólo el principio, en aquella habitación de hotel, ¿recuerdas? Sí, ya veo que sabes de lo que hablo. Después vino lo de tu boda con Laura, menuda jugada me hicisteis.
—Daniel, por favor…
—¡Que te calles! Eso te salió muy bien y yo seguí confiando en ti. Pero entonces ella empezó a involucrarse, olvidando que el médico era yo. Claro, que de eso nos ocuparemos más tarde —dice, entreabriendo la puerta del aseo y dejando a la vista de Mario unas piernas atadas por los tobillos.
—¡Laura, Laura! Pero qué has hecho, animal. ¡Laura, estoy aquí! ¿Estás bien? ¡Laura!... Déjala ir, Daniel, por favor ¡déjala!
—No te atrevas a darme órdenes. Te voy a…
En ese instante la puerta del cobertizo se abre con un tremendo restallido, volteando completamente sobre sus goznes hasta chocar contra la pared. En el umbral se recorta la silueta de un hombre gigantesco.

IV (por Carlos Salamero)
Entra un frío repentino que asalta como un trallazo a los dos hombres estremeciéndoles.
— ¡Quietos!
Una voz grave, fuertes golpes. La escasa luz se apaga. Olor a humedad, carreras. Se ven dos fogonazos y suenan dos detonaciones secas.
— ¡Socorro, nos han secuestrado! — Mario se tira al suelo al tiempo de gritar. Se vuelca el sofá con un grujido. Maderas tronchadas, aperos que se estrellan contra el suelo del cobertizo, más pasos.
Después silencio solo roto por unos ladridos lejanos y algún grillo en la noche, parsimonioso, incansable en su canto solitario y monótono. Apenas contiene el aliento Mario, le pican los ojos y los cierra apretándolos con fuerza. Siente la garganta seca. Se mueve reptando pesadamente por el suelo, despacio, con un roce suave sobre los tablones, escuchando los latidos de su corazón.
— ¡Laura!
Imágenes de Laura cuando se la presentó Daniel hace ya tantos años, imágenes de Laura bailando en las discotecas de verano mientras Daniel y él tomaban una copa en la barra mirándola satisfechos, imágenes de la boda, con Laura vestida de blanco desde los piés hasta la sonrisa, … abre los ojos, parece que se va acomodando a la oscuridad. Trata de ver, de escuchar, nada. Se queda quieto, mira hacia la puerta del aseo. No duró mucho lo de Laura, apenas se casaron las cosas empezaron a ir mal: los negocios no cumplieron las expectativas de Daniel ni de Mario, Laura trató de advertirles, quiso tomar cartas en el asunto, y él no pudo mediar entre los dos, se dejó llevar, indolente y pusilánime. No, no luchó lo bastante por la relación, demasiado ocupado por el éxito, el orden perfecto que había concebido y le dinero. Ha llegado ya a la puerta del aseo. Desde el suelo Mario palpa la puerta que no cede. Se levanta, apoyándose en la pared, tanteando hasta encontrar el pomo de la puerta.
— Pse, callado— Otra vez la voz grave, la mano en su hombro, la nota pesada, el hombre le indica suavemente que vuelva a agacharse. Sus gestos y la expresión que se adivina son amables.

V (por Manuel del Campo)
Mario se estira de nuevo en el suelo y arrastrándose, se aparta hasta que su brazo tropieza con algo, tras tantearlo cuidadosamente, descubre que es una pistola, se pregunta si será la de Daniel, la empuña y continúa su avance a ciegas por el suelo, avanza el brazo izquierdo, al posar la mano, lo hace sobre mojado, un charco. Retira la mano de inmediato y se la lleva hasta la nariz. Desde luego huele, pero no lo reconoce, no es agua, ni un olor intenso como la gasolina. La textura es densa, le recuerda al aceite. Imagina que es sangre. Intenta limpiársela frotando la mano en el suelo. Joder. La idea del cuerpo de Daniel desangrándose, ahí mismo, le eriza todos los pelos del cuerpo. ¿Qué coño hará el desgraciado de Daniel en esto, por qué estaba Laura atada en ese cuchitril? De repente la luz se vuelve a encender, tras un instante cegado, sus ojos se adaptan a la claridad. Es Laura, en la puerta del aseo, junto a ella está el cuadro eléctrico. No está atada.
— ¡Imbécil! Has matado al que no es —grita Laura— ¡Mátalo!
Suena un disparo y el gigante cae de rodillas con cara de sorpresa, después se desploma en el suelo. Mario, con la pistola en la mano, también está sorprendido, por su rápida reacción y aún más, por haber acertado.
Laura lanza un grito e inmediatamente se recobra.
— ¡Mario, Qué has hecho!
Mario no dice nada, solo hurga en el bolsillo de su chaqueta
— ¡Qué haces!—Laura está cada vez más nerviosa.
Él la apunta con el arma.
— ¿Cómo conseguiste liar al pobre Daniel?—pregunta Mario señalando con un gesto de cabeza el cuerpo de Daniel, que tal y como había supuesto, estuvo a punto de toparse con él en la oscuridad.
Laura comprende que es absurdo continuar con la farsa.
—Tú lo has dicho, pobre Daniel. Fue fácil. ¿Cómo lo has sabido?
—Lo sé hace tiempo, me puso sobre aviso tú… amiga Maribel—contesta Mario destacando lo de “amiga”.
— ¡Maribel! ¿Te la estas…?
—Sí. Lo que me ha pillado por sorpresa, es lo de Daniel. Sé desde hace tiempo, casi inmediatamente, que habías contratado a ese matón y de paso me lo has dejado en bandeja, con una prueba incontestable: la transferencia bancaria. Nunca fuiste muy lista…y él tampoco debía serlo ¿no?
—Miserable.
—Es gracioso que digas eso en esta situación…
— ¡Cabrón!
—Sí, eso sí
En ese momento entra un hombre, bajo, moreno y algo desastrado.
—Creí que me habían visto en la ventana…
—Joder, Bárcenas, has apurado mucho ¿y si hubiera fallado con ese?
—Confío en usted. No se preocupe, no lo hubiera permitido: aún me debe mucha pasta —contesta con sorna señalando la ventana en la que había estado apostado. —Ha sido una sorpresa verle llegar con el otro.
—Ya, dímelo a mí. ¿Le has…tú?
—No, yo no he disparado. Debiéramos…
—Lo sé, lo sé. Laura, te presento al señor Bárcenas, ha estado siguiendo a tu chico, ya sabes para…digamos, asegurar mi supervivencia. Mira tú por dónde, nos hemos ido a reunir todos en el mismo sitio.
Bárcenas ha recogido el arma del grandullón y la intercambia con Mario. Tras admirarla un instante, apunta a su mujer.
—Mario…—murmura ella con voz trémula
— ¿Sí, Laura?
Aprieta el gatillo, estampido, el cuerpo de ella choca contra la pared y cae al suelo otra vez en el retrete.
Mientras tanto, Bárcenas, concienzudo, ha limpiado y “devuelto” la pistola a Daniel. A continuación, recoge la que sostiene Mario y repite la operación con el gigante. Tras las sorpresas iníciales, Mario y Bárcenas parecen estar perfectamente coordinados. Todo estaba pensado y ensayado, solo ha cambiado el momento y el lugar. Bueno, lo de Daniel sí que no estaba previsto
—Es una pena lo de Daniel, pobre tontorrón.
—Después de todo…nos va a venir bien.
—Sí, eso sí.
— Venga, quítese la ropa. Hay que hacerla desaparecer.
Mientras Mario obedece, Bárcenas hace lo mismo con Laura.
— Para que no desentone...—le explica— ¡Ah! Lo siento pero tendrá que “tropezarse” con la sangre de su amigo en especial las manos, por los restos de pólvora…ya sabe.
— ¡No me jodas!—suelta Mario mientras se mira la mano manchada antes con la sangre de Daniel.
Cuando termina de desnudarse, coge el móvil.
— ¡Policía, socorro, nos han intentado secuestrar!— Mario interpreta admirablemente hablando por el teléfono— ¿Qué?.. ¡No!..¡Han asesinado a mi esposa! Y hay dos hombres muertos.
Bárcenas observa divertido.
—...Eh? Sí…estoy en…—Mario hace un gesto de despedida cuando el otro sale.